miércoles, 9 de febrero de 2011

INCERTIDUMBRE


La alegría, el miedo, la duda y todos los sentimientos estaban a flor de piel: se había cumplido el plazo que ambos habían pactado. Desde la misma despedida sólo habían dedicado su vida a esperar el reencuentro…

Aun recordaban cómo vestían esa última vez: él con un traje oscuro, resaltando su alta y elegante figura, una camisa que contrastaba con su tono de piel, una corbata de seda digna de su persona: todo en él era impresionantemente pulcro; ella siempre tan sensual y provocativa, vestía un pantalón blanco entallado y una blusa de gasa que, de no ser por el sujetador, pocas cosas dejaba a la imaginación, las bota blancas que usó esa mañana hacían que ella quedara casi a su altura… la altura perfecta para que sus labios se encontraran al menor movimiento.

Cómo añoraban, uno del otro, sus aromas. Ella solía usar un perfume tan fresco como la mañana, un aroma que despertaba su libido con sólo recordarlo, una fragancia que lo excitaba por demás, pero al mismo tiempo tenía un cúmulo de sensaciones encontradas: ternura, pasión, alegría, melancolía, tristeza, paciencia y desesperanza… Todo eso lograba en él al usar ese perfume, esa fragancia que parecía diseñada exclusivamente para ella pues con nadie más lograría esa amalgama de aroma-personalidad, un olor que era ella.

Él por su parte era un hombre cuya presencia imponía, no necesitaba ninguna fragancia: era alto y moreno, con una mirada penetrante y una sonrisa enigmática, su voz tan profunda y varonil hacía que ella se derritiera al más leve susurro. Su porte era como ninguno pues ella, al sólo verlo, sentía que la sangre le hervía y se estremecía hasta el último rincón de su ser… nunca antes había sentido algo semejante.

La tensión era mucha y en algún momento debía terminar. Habían esperado tanto para ese momento, pero con todo no sabían cómo reaccionaría uno con respecto del otro: sólo se mirarían o se atraparían en un abrazo, quizá se fundirían en el segundo de un beso eterno… ninguno de los dos era capaz de predecirlo. Las expectativas eran muchas y cada una tan improbable como la otra; eran altas para ambos y al mismo tiempo tan lejanas…

¿Sería todo como antes? Recorrer las mismas calles, los mismos lugares, las mismas diversiones, las mismas amistades. Recordar aquellas tardes de cine, café, de charlas interminables, caricias sugerentes; las noches que pasaron juntos entre sábanas, risas, pasionales caricias y planes a futuro… era como vivirlo de nuevo. En el pasado habían tenido la certeza de un reencuentro pero hoy no había seguridad de un mañana, el futuro era tan incierto como predecir un día soleado en una fría mañana de invierno.

Existía una necesidad urgente de terminar con esa lenta agonía, de verse a los ojos y encontrar en ellos el mismo brillo que estaba al despedirse, de repetir esas tardes de íntima compañía… o de pasar como dos personas que apenas se conocen. La duda carcomía a ambos, era desesperante sentir la lentitud con que avanzaba el tiempo, ver cómo los segundos se negaban a avanzar. Pronto terminaría la espera: la llegada de su vuelo estaba próxima…

Esa última tarde en que estuvieron juntos, entre besos y caricias, habían prometido esperar su regreso y seguir construyendo un futuro para los dos. Ella no pudo dejar de escribir una carta para él cada día; él nunca se desprendió de la foto que ella le había dado con un beso en la esquina. Todas esas ilusiones que, a la distancia, se habían formulado: viajes, tardes, proyectos, noches, sueños, mañanas, un futuro que sólo existía en sus corazones, en sus mentes… en el aire.

Pero pronto todo terminaría, el anuncio de la llegada del vuelo 2534 había hecho eco por algunos segundos en su mente. Su pulso se aceleró. La espera estaba por terminar, la agonía era más intensa cada vez pero la opacaban esas ansias locas de verse nuevamente.

Ella se levantó lentamente, tal como había prometido lo esperaba en el aeropuerto. Presa del miedo pero movida por la duda y, en cierta medida, la felicidad tomo dirección a la sala de llegadas. No estaba segura qué encontraría, pero sabía que sería el fin de una larga espera.

Cuando el capitán anunció la llegada, él sintió cómo la sangre recorría todo su cuerpo. Sabía lo que quería encontrar pero no estaba seguro que fuera así. El tiempo y la distancia nunca son los mejores aliados en estas situaciones, lo sabía, pero confiaba en que sería diferente esta vez. Con la calma y seguridad que lo caracterizaban bajo del avión, respirando lenta y profundamente cada vez, pues por dentro algo lo inquietaba: la incertidumbre. Encontró su equipaje y se dispuso a buscarla… sabía que ella lo esperaba.

Lentamente avanzaban cada uno, buscándose, esperándose y quizá, tontamente, aun amándose. Ella atractiva y sensual como nunca; el tan elegante como siempre. Se vieron a la distancia. Sonrieron. Con paso firme y tranquilo avanzaron al encuentro. No perdían de vista los movimientos del otro. Diez metros. Ella era tan hermosa. Ocho metros. Él era tan guapo. Seis metros. No habían cambiado nada. Cuatro metros. Ambos sonreían. Dos metros. Estaban frente a frente…

Se dieron la mano, como dos personas que se aprecian. Hubo un abrazo de bienvenida que duró lo necesario. No había brillo en los ojos o sensaciones que disfrutar ni recuerdos que revivir… Sencillamente dieron la vuelta y cada uno siguió su camino.

1 comentario:

Lola VC ( Profa. Dolores Velázquez Cortés) dijo...

En ocasiones, el idilio más romántico es el que vivimos en nuestras ilusiones y sueños. Algún parecido con la realidad es mera coincidencia!