Ella estaba harta, cansada de esperar y frustrada por las falsas promesas. Muchas estaciones habían pasado desde la despedida: la orquídea que el le había dado antes de partir como símbolo permanente de su amor, iba a florecer por tercera ocasión pero había decidido dejarla morir, tal como había pasado con su amor... Los primeros meses hubo llamadas constantes, largas y llenas de ese romanticismo meloso característico del amor idílico. Pero todo cambió, poco a poco y de manera casi imperceptible. Las llamadas se hicieron cada vez más espaciadas y frías, sólo justificadas por los pretextos de siempre: Tengo mucho trabajo, me quedé dormido, estoy cansado. Ella temía lo peor.
Había salido de su casa sólo para lo necesario. El recorrido diario era monótono: casa-escuela/trabajo-casa, primero por melancolía y después por miedo. Melancolía de aquellos lugares que tantas veces habían recorrido juntos; miedo a que nunca más volvieran a hacerlo: su mundo era él. Pero ya no estaba, parecía que se había olvidado de la que tantas veces dijo era “su amor”.
Al principio muchos le dijeron que una relación así no podría durar, sin embargo ella decidió luchar contra corriente para demostrar que podía ser real. Pero ahora, ante el incómodo silencio de su lejanía todo parecía distinto, algo en el fondo le decía que no sólo se había olvidado de ella: la había reemplazado.
Esa tarde ella pasó largo rato mirando la orquídea a punto de abrir. Lloró hasta sacar todos los sentimientos encontrados que había dentro de su corazón y decidió dejar morir la flor, su amor había muerto ya. Después de ello por primera vez decidió salir a la calle y recorrer aquellas calles que tanto miedo le había dado recorrer sola y en efecto las vio distintas: tan renovadas y limpias como si la estuvieran esperando desde hacía mucho tiempo. Al regresar se sentía feliz, con ganas de salir y recuperar a sus amigos, de retomar actividades dejadas a segundo plano: de vivir la vida que había dejado a merced de otra persona.
A partir de ese día ella dejó de hacer llamadas. Cuando él lo notó e intento hacer algo por remediarlo –incluso viajar hasta ella- era muy tarde. Al estar él en el umbral de su casa se abalanzó aprensándola en sus brazos pero ella sencillamente no sintió nada. Se apartó de él y le dijo: Es el último abrazo que me diste. Entró a su casa y cerró la puerta. Abrió su lap-top y comenzó a escribir: “Estoy harta, cansada de esperar…”



