Los primeros meses hubo llamadas constantes, largas y llenas de ese romanticismo meloso característico del amor idílico. Pero todo cambió, poco a poco y de manera casi imperceptible. Las llamadas se hicieron cada vez más espaciadas y frías, sólo justificadas por los pretextos de siempre: Tengo mucho trabajo, me quedé dormido, estoy cansado. Ella temía lo peor.
Había salido de su casa sólo para lo necesario. El recorrido diario era monótono: casa-escuela/trabajo-casa, primero por melancolía y después por miedo. Melancolía de aquellos lugares que tantas veces habían recorrido juntos; miedo a que nunca más volvieran a hacerlo: su mundo era él. Pero ya no estaba, parecía que se había olvidado de la que tantas veces dijo era “su amor”.
Al principio muchos le dijeron que una relación así no podría durar, sin embargo ella decidió luchar contra corriente para demostrar que podía ser real. Pero ahora, ante el incómodo silencio de su lejanía todo parecía distinto, algo en el fondo le decía que no sólo se había olvidado de ella: la había reemplazado.
Esa tarde ella pasó largo rato mirando la orquídea a punto de abrir. Lloró hasta sacar todos los sentimientos encontrados que había dentro de su corazón y decidió dejar morir la flor, su amor había muerto ya. Después de ello por primera vez decidió salir a la calle y recorrer aquellas calles que tanto miedo le había dado recorrer sola y en efecto las vio distintas: tan renovadas y limpias como si la estuvieran esperando desde hacía mucho tiempo. Al regresar se sentía feliz, con ganas de salir y recuperar a sus amigos, de retomar actividades dejadas a segundo plano: de vivir la vida que había dejado a merced de otra persona.
A partir de ese día ella dejó de hacer llamadas. Cuando él lo notó e intento hacer algo por remediarlo –incluso viajar hasta ella- era muy tarde. Al estar él en el umbral de su casa se abalanzó aprensándola en sus brazos pero ella sencillamente no sintió nada. Se apartó de él y le dijo: Es el último abrazo que me diste. Entró a su casa y cerró la puerta. Abrió su lap-top y comenzó a escribir: “Estoy harta, cansada de esperar…”
4 comentarios:
extrañamente me sentí fotografiado, ja.
¿Qué escribir?
tengo más de 20 minutos frente a la pantalla de la computadora... siento y presiento... pero... creo que el cuento lo hemos vivido varías personas...
Agradable, final impredescible, elementos necesarios...
Me recuerdas tanto a Stevenson...
Sierva María decidió acabarse un ramo
de uvas y así con su vida. Todo por
un amor imposible a los ojos
inexorables y reprimidos de una
sociedad ahogada por sus propias penas.
La vid, un fruto de vida y muerte en, Del amor y otros demonios, encuentra su simil en una orquídea, flor que vence al viento de la espera, tal y como lo hace el hastío de esperar eternamento por el amor de alguien que no llegará.
CON TODO EL AFECTO DEL MUNDO HECTOR CORTÉS.
Publicar un comentario